¿Sabés quién hace tu ropa? ¿Conocés los ingredientes que tienen tus alimentos? ¿Sabés quiénes participan en la producción de las cosas que comprás? Si alguna vez cuestionaste tu manera de consumir, este artículo puede ser de tu interés. Entrevistamos a un grupo de emprendedoras cordobesas, que forman parte de la feria «Feministas Trabajando«, y nos introdujeron en la noción del consumo consciente o responsable.

Esta idea implica tener en cuenta, además de las variables precio y calidad:

 

  • El consumo ético: es un hecho consciente, premeditado, que permite no dejarse llevar por la presión de la publicidad, las modas impuestas y priorizar valores como la responsabilidad y la austeridad como alternativa al despilfarro y el consumismo.

 

  • El consumo social o solidario: se preocupa por el respeto de los Derechos Humanos y laborales de las/los trabajadoras/es durante la producción de los artículos que consumimos. También posibilita la toma de conciencia sobre el consumo a los pequeños comercios o emprendimientos cercanos y así ayudar a la economía local.

 

  • El consumo ecológico: por un lado, busca reducir el consumo innecesario, lo que contribuye a la no generación de basura y por otro lado, fomenta la compra de productos que sean amigables con el medio ambiente, con el propósito de solidarizarnos con nuestra generación y la futura. Además, promueve un estilo de vida basado en hábitos alimenticios sanos y equilibrados.

 

Es una constante que luego de cada crisis económica, incrementa el interés general por la cuestión del consumo. Esto se vuelve a presentar hoy con la pandemia mundial de COVID-19 como una problemática importante para  las personas que consumen en la provincia de Córdoba y en todo el país. 

 

Si bien las principales consecuencias de la pandemia fueron negativas, muchas personas comenzaron a cuestionar sus hábitos de compra desde la conciencia medioambiental. Lo que en gran parte gatilló esta reflexión fue la mejora de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) durante los primeros meses de cuarentena, donde se visibilizó fuertemente el impacto del ser humano en el planeta. Pero estas mejoras fueron solo temporales, porque se derivan de una aguda desaceleración económica y un trágico sufrimiento humano.

 

Otro detonante fue el ver cómo la crisis económica perjudicó a gran parte de la población en Argentina, en especial a aquella que administraba pequeños negocios. Esta fue la semilla que se plantó en la consciencia de muchas personas y les permitió darse cuenta que el acto de consumir no es un hecho aislado de la manera en la que está elaborado dicho producto, ni tampoco de las consecuencias posteriores que tiene comprar determinados artículos a un comercio concreto.

Por ejemplo, no es lo mismo comprar un pan en un supermercado perteneciente a una cadena, que adquirirlo de una vendedora independiente que sobrevive gracias a un emprendimiento de panificación.

 

Este es el caso de Milagros Ludueña, de la Panificación Milrubi en la ciudad de Córdoba, que afirma “no es solamente ir y comprar algo, sino también hay una parte de responsabilidad y compromiso en todo eso”. Ella opina que es importante que los ciudadanos “fomentemos o colaboremos, tengamos un compromiso con la economía local, los pequeños productores, los pequeños comerciantes que realmente la están pasando mal”

Como muchas otras de las emprendedoras entrevistadas, Milagros contó sobre los cambios que está generando dentro de su marca, como el packaging o sus insumos de producción, que reemplaza por unos más amigables con el medio ambiente. 

 

Un emprendimiento también  comprometido con la ecología es Era Complementos, de Candela Jauregui, radicada en la ciudad de Villa Carlos Paz. “Siempre trato de que mi marca tenga desecho cero, que todo sea en base al reciclaje, ya sea la materia prima o las bolsas. Ahora incorporé bolsas que se desintegran cuando las tirás, están hechas con almidón y las etiquetas son plantables”.

“Hay veces que a mí me sobran retazos y se los doy a otras chicas que hacen cosas más pequeñas, entonces es un círculo de reciclaje, trato que sea 100%”, agrega. Candela también nos cuenta sobre su proceso de fabricación: “son producciones muy chicas, 20 o 30 productos por mes, que si yo quisiera podría hacer más, pero sería como faltar a mi ética, porque no es fácil conseguir telas y productos. Lleva un proceso el reciclaje, entonces sería como que le estaría mintiendo a la gente, porque debería ir a comprar telas si quisiera hacer más”.  A través de lo que cuenta se puede percibir el compromiso de esta emprendedora con el propósito de que su marca de accesorios de uso cotidiano sea ecológica, reciclable y vegana”

 

El consumo ético es uno de los propósitos mencionados por las emprendedoras entrevistadas, como Bethania Ávalos, de Córdoba Capital que creó junto con su hermana, el emprendimiento Avepez. Nos pasó algo siempre que es que la gente que nos compra, toma la prenda como si fuera un ser y le dicen ‘mi Avepez me acompañó a tal lado’ (…) A mí me encanta que se haya dado, creo que no fue casualidad porque también contribuye a esta cuestión de que la moda no sea descartable, no es que me compro, lo uso, lo tiro. Se genera un vínculo con la prenda que no solamente es afectivo, sino que también es responsable por no contribuir a tanta basura, tanto descarte. Ser más consciente en qué consumimos.

Su marca de indumentaria de diseño tiene la impronta del slow fashion, donde cada prenda es diseñada y confeccionada en su debido tiempo y forma; por su calidad, están destinadas a durar en el tiempo y por supuesto, hay una mayor conciencia por el medio ambiente y las condiciones de trabajo humano. 

Con respecto al consumo social, Silvia Vega dueña del emprendimiento Trufa Dolls en Córdoba Capital nos comenta que para su proceso de producción busca ONG o fundaciones y así poder darle una oportunidad laboral a quien la necesite. “Es pensado así, desde ese lado, mujeres que ayudan a mujeres. Y en ese camino encontré una fundación que se llama Las Omas, con la que  vengo trabajando desde hace 3 años más o menos”. Esta fundación ofrece  contención y ayuda para conseguir trabajo a mujeres en situación de vulnerabilidad socioeconómica y víctimas de violencia de género. Otro de los objetivos de Trufa Dolls es concientizar a las familias sobre el uso del plástico en los juguetes de los niños y las niñas, apostando a otras formas de juego donde se pueda generar un vínculo más afectivo con el juguete, que no contribuya al descarte. A su vez, esto da mayor espacio a la imaginación y creatividad del infante.

Así como Silvia de Trufa Dolls, todas las mujeres entrevistadas demostraron tener una visión que busca incluir las condiciones de producción, comercialización y consumo de sus productos, impulsando con sus emprendimientos esta noción del consumo responsable, que se popularizó en el contexto actual de pandemia y desequilibrio económico. 

 

Las crisis ambientales, sociales y económicas nos han hecho reflexionar sobre el impacto que nuestras acciones cotidianas tienen en el entorno. Pero todavía nos falta un largo camino por recorrer como sociedad. Según una encuesta mundial de Accenture en el 2020, el 50% del público que consume manifiesta no saber qué marcas son éticas y/o sustentables y cuáles no; además el 33% desconoce qué artículos pueden ser destinados al reciclaje. Sin embargo, la misma encuesta demostró que el 65% de quienes consumen opinan que el gobierno debería crear legislación para fomentar el consumo consciente, como por ejemplo: cobrar las bolsas de plástico.

 

Entonces ¿qué podemos hacer? Cuestionar los hábitos de consumo es un buen comienzo, pero tiene que verse reflejado en nuestras acciones para que éstas impacten y generen un cambio:

 

  • Ayudar a la economía local: elegir comprar los productos a quienes emprenden localmente, ya que pueden tener los mismos productos de las grandes cadenas comerciales a un precio más accesible. Algunas de las emprendedoras entrevistadas sostuvieron que mantienen precios “populares” con el objetivo de llevar a cabo un comercio justo.

 

  • Cambiar hábitos cotidianos: por acciones más amigables al medio ambiente, como por ejemplo: usar bolsas de tela para hacer las compras, reducir los descartes de plástico y separar los residuos. 

 

 

  • Buscar información sobre la cadena de producción de lo que se consume: informarse ayuda a ejercer una ciudadanía más activa en la economía local y para cambiar la realidad. También es muy importante que compartas tus nuevos conocimientos y hábitos con las personas que te rodean para contagiar consciencia social.

*Escrito por Lic. Iriana Sartor y Lic. Ana Laura Ottobre Aichino.

 

* Este material se ha elaborado en el marco del proyecto «El emprendedurismo en mujeres como herramienta para afrontar la desigualdad de género en el mercado laboral local», que ha recibido financiación de la Secretaría de Proyección y Responsabilidad Social Universitaria (RSU) 2020-2021 de la Universidad Católica de Córdoba, coordinado por la Dra. María Inés Landa y el Dr. Hugo Rabbia.

 

Han sido las manos de mi madre las que se abocaron a mi cuidado. Con esas mismas manos, ella se dedicó y se dedica a la docencia y a la investigación, enfrentando las tensiones entre los imperativos del maternar y del rendir laboralmente en el marco de tramas educativas y científicas capitalísticas. Simultáneamente, el mandato de la productividad se trenza y se entrelaza con otra figura política fundamental -no tan reciente, pero siempre vigente- la maternidad. La misma ha operado históricamente en nuestro devenir como “mujer(es)”, y, particularmente, en aquello que se nos fuera asignando como “nuestra” función social. Ante estas exigencias sistémicas que se imprimen en las corporalidades “femeninas”, me pregunto: ¿en qué condiciones producen las científicas en nuestro país?  

 

La maternidad y el  imperativo de la productividad en el sistema científico y tecnológico argentino

El sistema científico se basa en la lógica de la productividad y la competitividad medida en un determinado tiempo de trabajo. Así, lxs científicxs y académicxs son evaluadxs, principalmente, por la cantidad y calidad de sus publicaciones en revistas científicas, lo cual determina aspectos  fundamentales en relación a su carrera profesional. 

Ante las exigencias sistémicas de la productividad y la competitividad, ¿en qué condiciones producen las científicas en Argentina? Para responder a dicha pregunta propongo tratar tres aristas: las políticas relacionadas a la maternidad/paternidad en el sistema científico argentino, las tareas de cuidado y su distribución y finalmente cómo éstas se relacionan con el régimen de evaluación del sistema científico.

 

Las políticas

Son muchas las brechas y las deudas en políticas de género en el sistema científico, cuyos efectos resultan en la reproducción de desigualdades varias. En primer lugar, encontramos un reclamo histórico de los feminismos, compartido por las trabajadoras del sistema científico: las licencias y la disponibilidad de los jardines maternales y guarderías en los espacios de trabajo. En la mayoría de las instituciones científico-académicas, ambas brillan por su ausencia y mientras que las licencias maternales son de 90 días, las licencias por paternidad son de sólo 2. En lo que respecta a lxs becarixs, al no ser reconocidxs como trabajadores asalariadxs, no cuentan con obra social a la cual afiliar a sus hijxs, ni tampoco con licencias por enfermedad propia ni de familiares.

 

Las tareas de cuidado y su distribución

Siguiendo a Silvia Federici, en el marco del sistema capitalista y patriarcal, la explotación de las mujeres resulta más efectiva a causa de la remuneración oculta, dado que las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas aparecen como un servicio personal externo al capital, un servicio no remunerado, no valorado e invisibilizado. Así, detrás de cada fábrica, escuela, universidad u oficina, detrás de cada trabajo propiamente retribuido, está el trabajo no pago e invisibilizado de miles de mujeres, que día tras día, producen y reproducen la fuerza de trabajo de la que se vale el capitalismo.  Por eso, la autora plantea que el trabajo doméstico y la familia son los pilares de la producción capitalista, y que la acumulación en este sistema se construye sobre y a partir del cuerpo – individual y colectivo- de las mujeres. 

En este sentido, según los datos arrojados en la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizada por el INDEC en el año 2013, la cantidad de horas diarias que las mujeres dedican al trabajo no remunerado es de 6,4 horas, casi duplica el tiempo dedicado a ese mismo trabajo por sus pares varones, quienes destinan sólo 3,4 horas diarias. Además, de acuerdo a la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social realizada en 2019, las mujeres se desempeñan como “jefas de hogar” – es decir, únicas responsables y gestoras- del 84% de los hogares monoparentales.

Relación con el sistema de evaluación científico

La distribución desigual de las tareas de cuidado y del hogar se traduce en una carencia de tiempo por parte de las mujeres, lo que las imposibilita no sólo de producir aquello que el sistema científico les exige bajo el mandato capitalista meritocrático de la eficiencia y la productividad, sino que también afecta de forma negativa en su (no) disposición de tiempo para dedicarse al ocio. 

Esta brecha se amplió durante la pandemia ocasionada por el virus del COVID 19, cuando las manos de mi madre, y muy posiblemente también las de las suyas, debieron asumir mayores tareas en relación al cuidado y las labores domésticas. De acuerdo a una encuesta realizada por investigadoras del CONICET, el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) dispuesto por el gobierno nacional supuso un aumento de las tareas domésticas y de cuidado, las cuales fueron asumidas, principalmente por mujeres, lo que repercutió en cuanto a la calidad y cantidad de su producción, en el mundo laboral, cuyo efecto en el marco de sus carreras profesionales y/o científicas fue significativamente negativo. De hecho, según un artículo publicado en el portal The Lily, tras seis semanas del Aislamiento Social generalizado, varios editores de revistas cientificas y academicas notaron que el número de papers por parte de científicas y académicas estaba disminuyendo, mientras que otros observan que los varones estaban publicando más que el año anterior. 

En el marco de la pandemia, las tensiones entre el trabajo productivo y reproductivo se ponen de manifiesto. La maternidad y la feminización de las labores domésticas y de cuidado son mandatos sistémicos y estructurales, que relegan las manos de las mujeres al ámbito de lo privado. Así, la productividad constituye el pilar fundamental de la lógica capitalista, mientras que la maternidad y el trabajo doméstico son indisociables de los estereotipos de feminidad que imperan en nuestras sociedades. Ahora, ¿qué tienen en común estos tres mandatos? todos demandan tiempo. El sistema científico-académico, que evalúa bajo los criterios de competitividad, productividad y los niveles de impacto de las publicaciones científicas, opera según una lógica meritocrática, mercantil y patriarcal que no contempla las inequidades de género, ni los mandatos estructurales y sistémicos que pesan sobre los cuerpos de las mujeres. De esta manera, desconoce uno de los principales derechos cuyo goce actualmente se les niega a las mujeres: el uso de su tiempo. 

 

*Escrito por Candela Marumi Frascaroli. Estudiante de tercer año de la Lic. en Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Córdoba.

 

*Este material se ha elaborado en el marco del proyecto «El emprendedurismo en mujeres como herramienta para afrontar la desigualdad de género en el mercado laboral local», que ha recibido financiación de la Secretaría de Proyección y Responsabilidad Social Universitaria (RSU) 2020-2021 de la Universidad Católica de Córdoba, coordinado por la Dra. María Inés Landa y el Dr. Hugo Rabbia.

 

La maternidad como experiencia y práctica cultural sigue siendo un interesante campo de disputas dentro y para los feminismos. En esta nota reflexionamos en torno a algunas de las tensiones y torsiones a los que estos activismos deben enfrentarse en un presente de precarización neoliberal que atraviesa de manera particular a maternidades e infancias. 

“La maternidad será deseada o no será” se ha convertido en uno de los mantras contemporáneos para una juventud autodefinida como feminista. Repetido en marchas, redes sociales y campañas varias, esconde la promesa de una maternidad libremente elegida y autoempoderante, al mismo tiempo que habilita redefinir el deseo como coartada seductora de un placer individual. En paralelo, y como una respuesta a esta ficcionalización de la maternidad supuestamente libre, diferentes voces activistas, también autodefinidas como “feministas”, han empezado a cuestionar la vacuidad de esta consigna. La maternidad no deseada existe. ES, leemos en un posteo del 29 de septiembre de una de las páginas activistas con más seguidorxs dentro de Facebook e Instagram (“Des-madre”, en la primera red; “@obscenaeslaviolencia” en la segunda): las madres y niñeces ya somos un hecho. EXISTIMOS, continúa.

Y es que en la repetición iterativa de dicho mantra, vamos desprendiéndolo de todo el contenido sociohistórico, cultural y económico que ubica a la maternidad –como experiencia y como práctica, como sustantivo y como verbo- en ese complejo lugar en el que todo es válido y nada se valora.

Es válido y hasta esperable que una mujer, un varón trans, una persona no binaria e intersex quieran ser y sean madres. Pero no se valora que dichas maternidades desarrollen sus capacidades  y cualidades fuera del mercado laboral, aportando otros valores (reconocimiento de nuestra vulnerabilidad constitutiva, ayuda mutua, redes de soporte material y sostén afectivo, inclinación hacia un otrx, cuidado del otrx, atención a los procesos) que los socialmente establecidos (autosuperación, autoexigencia, autoresponsabilidad, exitismo, rendimiento, eficiencia, polifuncionalidad, flexibilidad, felicidad fugaz, juventud, belleza “natural”, plenitud y resiliencia). Esta contradicción ha derivado en la proliferación de subjetividades maternas emprendedoras, las cuales intentan hacer frente a la falacia de una conciliación entre su nuevo trabajo de reproducción y sostenimiento de la vida y el trabajo productivo, asumiendo el emprendimiento (de sí) como estilo de vida laboral y, en algunos casos también, personal.

La cultura del emprendimiento (de sí) no solo se configura en el imaginario y en la práctica como una herramienta para hacer frente a las múltiples precariedades que las madres -principales garantes de la subsistencia económica de sus hijxs y de la propia, en especial en los crecientes hogares monomarentales- han de gestionar en su día a día; sino que, además, se transmite, afianza y disemina, como ideal, en y a través de los medios masivos de comunicación y las plataformas digitales.

Si bien los ejemplos para ilustrar a lo que referimos son múltiples y variados, en especial dentro de la producción anglosajona y, más específicamente, norteamericana, aquí quisiéramos detenernos en una producción de Netflix en particular: en primer lugar, por su reciente popularidad entre el público argentino; en segundo lugar, porque la misma puede leerse al calor del festejo del día de la madre en nuestro país, celebrado el pasado domingo 17 de octubre.

En los últimos días, asistimos a comentarios en redes sociales (Facebook e Instagram), notas periodísticas (Nación, Clarín, Infobae, entre otras) y programas televisivos que aluden a la serie, creada por Molly Smith Metzler, quien ha adaptado el bestseller Maid de Stephanie Land al formato de una miniserie de diez episodios. La misma se ha convertido en tendencia entre las de su estilo y dentro de una de las plataformas en línea más consumidas a nivel mundial. 

El título de la serie se tradujo al castellano como “Las cosas por limpiar”, y narra las vicisitudes de una madre soltera que, tras abandonar una relación abusiva generada en la convivencia con su marido violento, lucha por la custodia de su hija de dos años, al mismo tiempo que (se) procura un sustento económico (para ambas) como empleada doméstica por hora, recibiendo a cambio un poco menos del salario mínimo en Estados Unidos (USD 9/hora). 

Con el mínimo de apoyo estatal y familiar -como, por ejemplo, la posibilidad de habitar un albergue administrado por el gobierno estadounidense para dar protección a las mujeres madres en situación de violencia doméstica- Alex (la protagonista de la serie) va forjando un camino de autosuperación personal y laboral, entre soportes inestables provistos por encuentros fortuitos de personas que le ofrecen una mano para salir adelante. 

La herramienta que le permite a Alex trascender una situación de extrema pobreza, según muestra el guión de la serie, es su educación. Con cierto dominio de las matemáticas y de algunos de los dispositivos de ayuda estatales (solicitud de vivienda) y académicos (solicitud de beca y préstamos estudiantiles para ingresar en la universidad) que se ponen a disposición de las usuarias, además de una particular inclinación por la práctica de la escritura, Alex pone toda su inteligencia, ingenio y creatividad al servicio de un deseo: construir un porvenir estable, en lo económico y en lo afectivo, para su hija. 

El camino de Alex no es linealmente en ascenso. Ella sufre recaídas y regresa a la oscuridad de una relación de la que alguna vez pudo librarse. Logra escapar, por segunda vez, gracias al apoyo económico y a la orientación de una abogada rica que solicitó sus servicios, quien, a su vez, le presenta a una colega que la asesora jurídicamente para solicitar la custodia plena de su hija. 

Alex finalmente logra ingresar a la universidad y dejar la ciudad donde creció, ya que obtiene una beca para estudiar en una universidad de Missoula. Además, logra también el sueño de una vivienda propia, ya que le aprueban varios programas de ayuda financiera, después de haber estudiado, completado y presentado cada formulario meticulosamente. Se trata de préstamos, según cuenta en el último episodio de la primera temporada de la serie, que irá pagando mientras cursa sus estudios con su trabajo como empleada de limpieza. 

En línea con la narrativa de producciones audiovisuales como En Busca de la Felicidad, Madam C.J. Walker. Una mujer hecha a sí misma y The Help (Criadas y Señoras, en castellano), Maid -que se basa en la historia de vida real de la autora del bestseller– prefigura a su protagonista como una mujer resiliente, en el sentido de que se muestra capaz de enfrentar una situación traumática, sobreponerse, y hacer de ella una oportunidad para trascender su situación de pobreza económica, crecer, desarrollarse y ofrecer a su hija una vida con cierta estabilidad económica y afectiva.

Según quienes la asistieron -y lo enunciaron en sus redes- la historia rinde tributo a las mamás luchonas, en el sentido originario del término en Méjico, es decir, las madres de corta edad y bajos recursos que crían solas a sus hijxs, sorteando todo tipo de adversidades. Algunas de las que comentaron se reflejaron en la historia del personaje y muchas otras expresaron: ..me sentí tan identificada Otrxs en la historia de vida de Alex reconocieron la lucha de mujeres amigas, conocidas y no tan conocidas. 

El punto de atracción de la serie es precisamente haber puesto en una superficie espectacular la historia común de miles, sino millones, de mujeres madres en el mundo que luchan por un final feliz para sí y para sus hijxs. Especialmente, si consideramos, que a partir de la emergencia de la pandemia COVID 19, más de un 30% de las mujeres pobres, en Latinoamérica y el Caribe, no participan en el mercado laboral por razones familiares. 

Por otro lado, encontramos quienes rescataron, en sus comentarios, al personaje de Denise -la mujer que recibe a Alex en el refugio para mujeres que se encuentran atrapadas en relaciones de violencia de género- en tanto que mujeres como ella son ángeles que hacen de este mundo un lugar mejor. El refugio prefigura, por lo tanto, un espacio donde se traman redes de cuidado y de sostén, al mismo tiempo que  se gestan colectivamente plataformas de despegue para enfrentar el mundo que las espera allá afuera, tras las paredes protectoras de ese nuevo hogar temporal. Se trata, entonces, de un espacio que emerge como “posible”, según cuenta la autora, gracias al trabajo en red de y entre mujeres, y con los recursos del Estado.

Volviendo con el mantra feminista con el que comenzamos este escrito, y a la luz de la historia narrada, nos preguntamos: ¿hace la diferencia el deseo o no de Alex respecto a su maternidad? En otras palabras: ¿puede el deseo de querer ser madre evitar las violencias posteriores, agravadas más, si cabe, por cuanto no es ella la única víctima sino su propia hija, a quien todxs, como adultxs, deberíamos cuidar y proteger? En lo fáctico, Alex devino madre de Maddy, su hija y, en ese sentido, poco parece importar dónde está el deseo cuando la supervivencia y la vida digna de un ser más vulnerable depende de que unx adultx, una red comunitaria y unas instituciones se la garanticen. En las narrativas de la autosuperación y la resiliencia, la responsabilidad de esa vida -en tanto se concibe como sujeto que no es capaz de hacerse cargo de sí- recae en la familia, y si la familia fracasa en la labor del sostén material y afectivo de ésx bebé, queda, entonces, en la madre o padre responder por la supervivencia y educación de su hijx. Solo al final de la cadena de responsabilidades aparece el Estado, en su faz condenatoria de los sujetos definidos jurídicamente como responsables; y también fracasa en la provisión del hogar y el afecto que unx bebé, sin soporte familiar, necesita para desarrollarse plenamente. 

Para ir concluyendo, creemos que series como éstas, cuya circulación masiva favorecen la interiorización y reproducción de algunas creencias asociadas a expresiones como las de empoderamiento, autosuperación y resiliencia, impactan en la reconfiguración de estas “subjetividades maternas emprendedoras” a las que aludíamos al inicio de esta nota. Por medio de un estudio de campo incipiente, hemos podido observar cómo muchas de ellas esbozan y ponen a circular narrativas y prácticas en las que se traza una nueva ética de la gestión (de sí) aplicada tanto a su nuevo rol materno –pues, mientras lx bebé esté sanx, lo demás no importa nada-, como a su nueva fuente de ingresos. 

La consecuencia es que muchos de sus discursos -salvo interesantes y fundamentales excepciones– terminan desplazando una genuina demanda hacia la falta real de políticas públicas que permitan, o bien una revalorización eficaz de las tareas del cuidado –otorgando licencias de maternidad con goce de sueldo por más de los tres y seis meses que actualmente otorgan nación y la provincia de Córdoba, respectivamente-, o bien una implementación igualmente real y eficiente de las tareas de cuidado en el marco de la esfera laboral –creando lactarios o espacios de cuidado seguros y respetuosos en los lugares de trabajo. La omisión, intencional o no, en estas narrativas emprendedoras, de los factores estructurales que (re)producen desigualdad e inequidad, pueden generar la perpetuación y el afianzamiento de las relaciones asimétricas que atraviesan cotidianamente a la población que materna en los actuales contextos de progresiva precarización neoliberal.

En este marco, queremos resaltar la importancia de que un mantra como el que aquí nombramos, “La maternidad será deseada o no será”, funcione como un potente disparador para  ampliar la discusión hacia los cuidados comunitarios y las cuestiones de crianza como asuntos colectivos, que incluyan acciones concretas por parte del Estado. Caso contrario, corre el riesgo de ser metabolizado por el halo de un ego-liberalismoen términos de Virginia Cano– que forcluye, sino expresamente excluye, la figura de la corresponsabilidad (no solo parental y familiar, también social y política). Reconocer estas falencias sistémicas, políticas y estructurales podría aportar otra visión a algunas luchas feministas en relación a los malestares que algunas mujeres madres padecen. 

Las tensiones a las que deben hacer frente los feminismos en la actualidad son muchas y diversas. De acuerdo a Vincent Medina, gran parte de las mismas surgen a raíz de la torsión que provoca el neoliberalismo en dicho movimiento. Aquí quisimos atender a una en particular: mientras los movimientos feministas procuran y luchan por la igualdad de género en distintos escenarios culturales y políticos, a la par que la efervescencia feminista se populariza en la trama social y mediática, quienes estudiamos estos virajes discursivos y reconceptualizaciones que imprime la racionalidad neoliberal, en su faceta terapeútico-managerial, llamamos la atención sobre la sofisticación y sutileza con que éstos pueden deglutir la impronta eminentemente contestataria de estos movimientos. Es pues, en ese contexto de luchas, que proponemos entender las prácticas de cuidado como una demanda política estratégica, en tanto se configura, desde su eticidad, y sistema de valores, como un conjunto de acciones que poseen la capacidad de subvertir, y torcer, potencialmente, las tramas dominantes del capitalismo patriarcal y neoliberal actual. 

*Escrito por Dra. Núria Calafell Sala (CIECS, CONICET y UNC, UCC) y Dra. María Inés Landa (CIECS, CONICET y UNC, UCC). 

*Este material se ha elaborado en el marco del proyecto «El emprendedurismo en mujeres como herramienta para afrontar la desigualdad de género en el mercado laboral local», que ha recibido financiación de la Secretaría de Proyección y Responsabilidad Social Universitaria (RSU) 2020-2021 de la Universidad Católica de Córdoba, coordinado por la Dra. María Inés Landa y el Dr. Hugo Rabbia.